Última escapada

Kwan se marcha este fin de semana a ver a su familia a la isla norte. Yo había pensado en alquilar un coche, pero él me propone dejarme su 4x4 si lo llevo al aeropuerto y lo voy a buscar. Antes de aceptar, le recuerdo la última experiencia con un coche que tuve. Aún y así su oferta sigue en pie.

El viernes por la mañana me pasa a buscar por casa y por primera vez se sienta de copiloto en su propio coche: Mitshubishi Pajero (el nombre no funcionó en España por razones obvias). Después de despedirnos me voy directo a llenar el deposito de diésel por 100 NZD y voy camino de la costa oeste.

Por el camino me paro en algunos sitios que me llaman la atención: una tienda de helados gigantes a base de frutas y yogurt, en unas piscinas naturales formadas por el rio cuyas aguas tienen un color azul intenso difícil de creer y en una cascada de más de 40 metros. Todo esto de camino a la costa Oeste.

Por fin al llegar a la costa Oeste vuelvo a ver el mar. El Oeste siempre ha tenido en mi imaginación un aspecto salvaje, rudo, donde la naturaleza siempre le lleva la delantera al hombre. Este lugar ciertamente se adaptaba a mis prejuicios de niñez. El viento siempre sopla fuerte y los árboles crecen de lado. Las playas tienen aspecto dejado y el cielo siempre está encapotado.

Se acerca la noche y llego al primer pueblo de la costa. El pueblo está situado a pocos kilómetros de uno de los glaciares más famosos. No hay tiempo ahora para verlo así que me voy a dormir a un aparcamiento cerca del lago Matheson. Lo bueno de un coche grande es lo que te ahorras en alojamiento.

Al día siguiente me despierto bien temprano para poder ver el lago con calma. El lago es famoso por sus aguas calmadas que, en las pocas veces que el cielo está despejado, reflejan los montes Cook y Tasman. Hoy no es uno de esos días, pero el reflejo de los árboles en el lago no deja de ser interesante.

Por fin! Ha llegado el momento de visitar los glaciares. En esta parte del mundo, donde una cordillera con nieves perpetuas está tan cerca del mar, hay dos glaciares de características muy poco comunes por bajar por las laderas de selva subtropical. Hacía tiempo que quería ir a verlos, incluso caminar por encima de ellos, pero no todo es posible y me contento con ver esas moles de hielo de cerca. Pese a ser dos de los glaciares más rápidos del mundo, apenas hacen ruido. No obstante los destrozos que causan son aparentes con solo mirar las laderas de las montañas.

Ya saciado mi apetito de hielo, me vuelvo a dirigir al norte hacia las famosas "Pancake rocks", unas rocas que parecen haberse formado a base de crêpes. Las rocas son toda una atracción turística en marea alta. Las olas que las embisten proyectan agua por un agujero, convirtíendolo en un geyser salado. Yo he llegado a media marea, pero el geyser se activa de vez en cuando. El viento sigue soplando fuete y las embestidas del mar moldean la costa, donde hay decenas de islotes que el mar todavía no ha podido vencer. Cansado de esperar a que suba la marea vuelvo a montarme en el Pajero y me voy camino de las montañas a pasar la noche.

Otra vez de día, me despierto entre montañas y, al salir del coche, un simpático pajarillo que no conoce el miedo, se dedica a cantarme a pocos centímetros de mis pies. Como dormir dos días seguidos en el coche no es muy glamuroso, he dedicido hacerme un regalito. De camino hacia la costa Este hay un sitio de aguas termales en el que me paro a relajarme con un baño bien calentito y un masaje japonés... sin final feliz. Hacía bastante tiempo que necesitaba un masaje . Me he quedado como nuevo y con fuerzas de continuar hacia Christchurch.

En Christchurch solo paro en la gasolinera a repostar (otros 100 NZD) y continuo camino a los dos lagos que no pude visitar en otra ocasión. Tekapo y Pukaki son dos lagos formados en cuencas glaciares famosos por la lechosidad de sus aguas que reflejan los rayos de luz de maravilla. Ambos están rodeados en parte por las montañas. El Pukaki en particular tiene el monte Cook en un cerca de uno de sus extremos. Es la única montaña cuya cima sobre pasa las nubes. De ahí su nombre en Maori: Aotearoa - El atraviesa nubes. Es en el lateral de Pukaki donde me tomo un respiro mientras veo como el sol se pone detrás de las montañas. Antes de volver al coche aprovecho para practicar la meditación en la posición de la gruya.

Otra vez me toca continuar conduciendo de noche y decido acabar de ver la última atracción turística que me quedaba por ver. Las rocas Moeraki son otra rareza rocosa de estas islas. Grandes esferas de dos metros de diámetro que aparecen en las playas una hora al norte de Dunedin. Al llegar yo ya es totalmente de noche, pero casi que lo prefiero así. Tengo el lugar todo para mi solo y las estrellas le dan a las rocas un aire mágico. Otra vez me veo en el país de las maravillas corriendo entre esferas rocosas y escuchando el romper de las olas contra ellas.

Una hora más tarde, con 2000 km en total a mis espaldas, vuelvo a mi hogar temporal en Dunedin. Dormir en una cama no ha sido lo más común durante estos meses y se agradece cuando te tumbas en una conocida. Este ha sido my último viaje por Nueva Zelanda, la semana que viene me vuelvo a la tierra donde nací. Me ha tocado conducir muchas horas pero ha valido la pena. He conseguido ver todo lo que me faltaba por ver en la isla sur de mi super lista. Todavía me quedarán muchas cosas pendientes, pero así tengo una excusa para volver algún día.

Fin de la aventura

Un manto de escarcha blanca lo cubre todo. La hierba ha cambiado temporalmente su color y sólo noto la diferencia cuando desmonto la tienda y veo su color original. La tienda también está cubierta de hielo, tanto por fuera como por dentro, y la tengo que poner al sol para que se ventile.

Después de desayunar por fin volvemos a Castle Hill a escalar. La modalidad de búlder consiste en escalar rocas no muy grandes sin necesidad de cuerda ni harnés. Lo único que te para la caida, porque caer sigues cayendo, es una colchoneta. Mientras escalas, los demás forman un corro para asegurarte que si te caes, lo hagas en una posición normal y encima de las colchonetas.

Escalar entre estas rocas es algo maravilloso. Te sientes como Alicia en el país de las maravillas donde todo es posible. A lo lejos, pero no muy lejos, están las montañas cubiertas de nieve. Un denso manto de verde cubre todo el suelo y las rocas de formas aquadinámicas están por todas partes. Es difícil concentrarse en una cuando hay tantas. Entre bloque y bloque me doy una vuelta para explorar, no en busca de problemas que resolver sino de belleza que fotografíar.

Pasamos el día escalando y charlando hasta que llega el momento de marchar. Nos quedan unas cuantas horas de viaje y además hay que parar a comer. Hay hambre! Kwan ha organizado su choche de tal manera que cabemos los cinco. A mi, por ser el último y el más pequeño, me toca detrás compartiendo el sitio con las maletas. Tampoco se está tan mal. Por fin puedo dejar de preocuparme sobre como llegar al siguiente lugar y puedo relajarme. Me siento muy afortunado de haber podido vivir esta aventura. Lástima que mi estancia aquí esté llegando a su fin.




De Picton a Castle Hill

A las siete de la mañana estoy esperando en la parada de autobuses. A las 7:15 sale el autocar que va de Nelson a Greymouth. Desde allí haré autoestop para llegar a Castle Hill, la meca de boulder donde están algunos compañeros de escalada de Dunedin. El día está nublado y llueve débilmente, pero la iluminación es suficiente para ver los montes que rodean el pueblo.

Son las 7:20 y el autocar todavía no ha aparecido. Es extraño porque suelen ser puntuales. Vuelvo a mirar varias veces los horarios y pone que a y cuarto sale de Nelson... de Nelson?? de Nelson!! ¡¡Coño pero si yo estoy en Picton!! Esto de dormir tan poco no me deja pensar con lucidez. Pues nada, habrá que empezar a hacer autoestop antes de lo previsto.

Picton es un pueblo pequeñito, así que no tardo en plantarme en la única carretera de salida a hacer dedo. Cerca de las ocho se para un 4x4 en el que van dos currantes. Es la primera vez que me recoge un coche en el que el conductor no va solo. Ahí van mis esquemas otra vez. Resulta que Calum y Diego son trabajadores verticales y también escalan. Diego es un chileno que lleva algo más de un año en Nueva Zelanda con un visado de "vacaciones de trabajo". Va a resultar que los españoles somos los únicos sin acceso a este visado.

Calum y Diego se dirigen a Christchurch, pero tienen que hacer una parada en Bleinheim. Yo prefiero seguir mi camino hacia Castle Hill. Calum me da su tarjeta por si me quedo tirado en Christchurch y necesito pasar la noche. Ellos están pensando en ir a escalar mañana y Castle Hill no estaría nada mal.

En Bleinheim cometo el error de quedarme en medio del pueblo haciendo autoestop. Después de un buen rato me doy cuenta del graso error y continuo caminando hasta la salida del pueblo. Allí me encuentro con Ana, una chica Maorí que también está haciendo autoestop de camino a Christchurch, donde les va a dar una sorpresa a sus familiares y amigos.

Ana es una chica de veintipocos a la que le va la marcha. Es madre de dos hijos, cuyos nombres tiene tatuados en los brazos. Ana se queja de lo aburrida que es Nueva Zelanda, el único sitio que vale la pena según ella es Auckland. Su idea de diversión es pasarse la tarde/noche borracha con los colegas. Pese a estar sobria se nota que es una chica muy alegre y desinhibida.

Al poco rato nos recoge Joao en un mini 4x4 un tanto destartalado. Joao va camino de Kaikoura donde tiene una visita. Él lleva trabajando un tiempo en Nueva Zelanda como vinicultor con un visado de trabajo normal, ya que a los Brasileños tampoco les dan el visado de "vacaciones trabajo". En parte me alegro de que los españoles no seamos los únicos.

Joao también es un chaval muy animado, que se fue de Brasil para dejar una vida un tanto caótica, llena de fiestas y drogas. Él y Ana tienen bastantes cosas que hablar y yo me uno a ellos. Todos tenemos nuestro pasado oscuro.

Joao tiene un estilo de conducción característico latino: rápido, agresivo y confiado. A mi a veces me da un poco de miedo ver como se acerca al borde de las curvas al no mirar al frente mientras habla o al conducir con la rodilla mientras se lía un cigarrillo. No acabo de estar del todo tranquilo. Llegados a Kaikoura, Joao nos deja en la salida del pueblo y me puedo volver a sentir relajado.

Ana había vivido muchos años en Kaikoura. Parte de su familia todavía vive aquí y tiene miedo de que la reconozcan y la obliguen a quedarse un rato después de pegarle la bronca por no avisar. Tal evento nunca llega a occurrir. Después de un tiempo esperando, Calum y Diego
vuelven a aparecer y nos llevan a ambos a Christchurch. A mi me dejan primero a la salida que lleva a la carretera de montaña.

Salir de las grandes ciudades es siempre los más complicado. La gente no se suele fiar. No obstante no tarda mucho en parar alguien. Esta vez es una pareja de granjeros que vuelve de una feria de libros en Christchurch. Ambos han viajado mucho y nos entretenemos hablando de nuestros viajes y los sitios que hemos visitado. Ellos me llevan hasta Sheffield por una carretera diferente a lo habitual, porque tiene mejores vistas. En Sheffield se juntan todas las carreteras que vienen del Este y llevan hacia la costa Oeste a través del "Arthur's Pass".

En Sheffield tengo que esperar mucho rato sin que nadie pare. Son cerca de las cinco de la tarde y empieza a asomar la duda. ¿Seré capaz de llegar a Castle Hill hoy? ¿Dónde dormiré si no lo consigo? Pero al final la espera tiene su fruto y un cazador me recoge. De camino hacia arriba me cuenta lo mucho que ama estas montañas. Él se dirige a Greymouth a ver a su hija, así que me puede dejar en Castle Hill. El sol empieza a esconderse detrás de las montañas, cubiertas por un manto blanco. La mayoría de coches van en la otra dirección, volviendo de un día de esquí.

Finalmente, consigo llegar a Castle Hill antes del anochecer. El sol está oculto detrás de las montañas, pero sigue habiendo luz. La roca caliza de Castle Hill, moldeada por años de lluvias, parece haber sido esculpida por el hombre. Por algo este sitio mágico es el preferido de muchos escaladores.

Me adentro entre las rocas, esperando encontrar a mis amigos. Al poco rato oigo un grito cuya voz me es familiar: "Eidrien!?"

A mi derecha hay un grupo jugando al Hackie. A la mitad los conozco de la sala de búlder de Dunedin. Entre ellos está Kwan. Al fin he dado con ellos. 2000 kilómetros a dedo en un día y medio, pasando por 13 coches distintos. En parte Kwan dudaba que lo fuera a conseguir y su miedo es que llegara para cuando ellos ya se hubieran ido. Debo tener una flor en el culo.

En el 4x4 de Kwan van 4 personas con todo el material. Como va a ser complicado meterme a mi ahí dentro, otro escalador inglés se ofrece a llevarme al campamento en su Volkswagen Type 2: furgoneta mítica donde las hayan que todos hemos deseado tener después de años viendo Scooby Doo.

En el campamento hay varios escaladores y algún que otro snowboarder. Todos tenemos algo en común, adoramos la montaña y no nos importa dormir en el suelo con tal de estar cerca. Mientras algunos preparan la cena, otros montan las tiendas de campaña. Kwan me felicita por conseguir llevar todo lo necesario en mi mochila de 45 litros: tienda, saco, cocinilla, material de escalada... me estoy volviendo un pro.

Al lado de la cabaña para cocinar, Sam y un noruego se han propuesto montar una hoguera. Sus dimensiones no hacen más que crecer, para el deleite de los allí presentes. Mientras algunos adoramos el fuego tostándonos los pies, otros beben o fuman y todos aportamos nuestro granito de arena contando anécdotas y filosofando. Podríamos parecer unos hippies a ojos ajenos, pero la adrenalina corre por nuestras venas y esto es un pasatiempo antes de nuestro próximo chute.

Camino al Sur

A las 7 AM estoy en la puerta del hostal con todo listo para emprender la marcha. El conductor se ha dormido y no aparece hasta y cuarto. Un hombre de cincuenta y tantos de origen Maori que me lleva en furgoneta hasta Whakapapa, el pueblo desde el que comenzaré el sendero hasta los lagos Tama.

El recorrido en furgoneta es entretenido. El conductor es muy amigable y las vistas son increibles. El panorama es típico de llanura semi-alpina con un toque volcánico. De fondo están los montes Tongariro y Ruapehu, más conocidos como Mordor del señor de los anillos. Puedo garantizar que Frodo destruyó el anillo porque Mordor se ha helado y está cubierto de una capa de nieve.

Hemos llegado justo a tiempo; están abriendo el centro de información del DOC. Allí puedo dejar mi mochila y comprar un mapa. Seguro que no me sirve de nada. El sendero empieza a unos 200 metros del centro y justo empezar me doy cuenta de que me he quedado sin pilas en la cámara. Otra vez al centro a buscar recambios. Menos mal que me he dado cuenta rápido.

Durante los primeros tres cuartos de hora el recorrido está bien pavimentado para todo tipo de turistas. Es una lástima porque caminar sin necesidad de vigilar donde pones los pies le quita todo el encanto. El camino bien trazado finaliza con unas escaleras que llevan a una cascada. Pese a la previsión meteorológica, hace sol y calor. Por poco no me pego un chapuzón.

Hace rato que me he quitado el gorro y creía llevarlo en la mano, pero resulta que lo debo haber perdido en algún sitio mientras hacía fotos. Me sabe mal porque le había cogido cariño. De pérdidas está llena la vida y sólo cabe aceptarlas. Durante el camino de vuelta miraré a ver si lo recupero.

A partir de este punto el sendero empieza a ser más interesante. La mayoría de turistas no suele adentrarse más y no se han molestado en pavimentar. Una hora y media después de la catarata por fin llego al lago Tama inferior. Un cráter que ahora está lleno de agua, color turquesa, y rodeado de llanuras con nieve. Es aquí donde decido pararme a comer las galletas de chocolate que me he traído. Pese a que ganas no me faltan, hay unas nubes importantes acercándose y no tengo mucho tiempo. Así que decido volver a Whakapapa a seguir mi aventura. Durante el camino de vuelta voy mirando a ver si encuentro el gorro sin suerte. Las fotos serán mi único recuerdo de él (sniff).

Desde Whakapapa hay unos 5 km hasta llegar a la carretera principal. Me decido a caminarlos con la mochila a hombros mientras hago el dedo cuando pasa algún coche. En una de estas se paran unos senderistas con los que había estado hablando en el camino de vuelta del lago. Son tres en el coche y van apretados, pero me hacen algo de hueco.

En la carretera no tengo que esperar mucho tiempo hasta que se para alguien a recogerme. Un chico que va camino a Auckland. Cuando abro la puerta de atrás veo unos pies de gato:

Eidrien: "Ostras, eres escalador!"
Rob: "Soy un detodo, tio!"

Resulta que Rob, un chico de veinti medios, es un licenciado en deportes de riesgo que se dedica a hacer de guía en todo tipo de deportes. Si no se me hubieran dado bien las matemáticas ese sería el curro por el que me hubiera decantado. Cobrar por llevar gente a hacer los deportes que más te gustan. Sólo comparable con programar aplicaciones complejas en Java (me parto, pero no deja de ser cierto).

Rob está de camino a Auckland, donde tiene visita al médico para que le arreglen los dientes. Un accidente esquiando le ha dejado una buena marca en la cara y le ha roto parte de la piñata. Eso seguro que no le pasaría si se hubiera dedicado a programar páginas web y gestores de contenido. Jajaja. Como yo voy para el Sur, me sorprende que esté tomando este camino, pero resulta que es más rápido así. Rob me deja en una gasolinera en medio de la carretera central, desde donde vuelvo a hacer dedo.

En la gasolinera hay muchos moteros y por la carretera pasan muchos más. Resulta que más al sur hay una convención que reune a moteros de todo el país. Lástima que no me pille ninguno para darme un paseo en moto. De momento tengo suerte y vuelven a recogerme rápido. Esta vez es un tipo en un coche bastante viejo, que no es muy agradable a la vista. Tiene sobrepeso y el pelo grasiento y peinado hacia el lado en plan lametazo de vaca... que aquí hay muchas. A estas alturas no me pongo difícil y me subo al coche. Resulta que el conductor viene de arreglar un ordenador.

Eidrien - "Vaya, también te dedicas a los ordenadores."
Richal - "Odio los ordenadores."

Ufff, mejor no seguir por ese sendero poco transitado. Pero resulta que los otros senderos no son mucho mejores y el tío me acaba hablando de sus pinitos con fantasmas.

Eidrien - "¿Has dicho fantasmas?"
Richal - "Si. Fui a exorcizar una casa no hace mucho."

Esto me empieza a poner un poco nervioso. A mi me da igual si existen o no los fantasmas, pero el tipo este existe y me da un poco de mal rollo.

Richal - "En el trabajo me han relegado al grupo de los bichos raros."
Eidrien - "¿No jodas? Hay que ver que poco entiende la gente" - Por favor, espero que tu tampoco 'entiendas'. Qué mal rollito.

El coche no es ninguna maravilla y no va a más de 80km/h. Así que se tiene que arrimar al borde de la calzada para dejar pasar a todo el mundo. Los postes pasan a escasos centímetros de mi lado lo cual solo incrementa mi malestar. Y entonces sucede algo todavía más extraño... sin dejar de pisar el acelerador, Richal deja el volante y empieza a hacer círculos con las manos.

Eidrien - "Tengo un amigo al que le va lo paranormal y me enseñó ese gesto." - Lo cual no es mentira y además me sirve para romper el hielo.
Richal - "Estoy detectando energías... de esa granja noto energías negativas."

Diossssss!!! Esto no hace más que mejorar.

Richal - "¿Ves aquella torre-granero? Lleva deshabitada 15 años. De ahí vienen energías muy chungas."

¡Y va el tío, llegando a un cruce de donde sale una carretera que lleva al granero, y empieza a desacelerar! Macasundena, espero que no quiera llevarme al huerto, digo granero. Pero resulta que se para justo a la altura de la carretera, sin intención aparente de girar, y empieza a hacer los circulitos con las manos.

Richal - "Pon tu mano entre las mías."
Eidrien - "Glups" - pero le sigo el rollo.
Richal - "¿Notas la energía?"
Eidrien - "Si." - Vaya que si la noto, noto un mal rollo de aquí te espero.
Eidrien - "Uyyyyy, que energías más chuuungaaasss... será mejor que nos alejemos de aquí, ehhh!!"

Richal vuelve a arrancar el coche... menos mal. Por un momento pensaba que me iba a coger de la mano y decirme cosas bonitas. Lo cual hubiera sido incongruente con su aspecto físico. No se cuanto tiempo después, ni donde, pero Richal acaba dejándome. Espero que esta sea la peor experiencia de este viajecito. Ni con el accidente lo había pasado tan mal.

La próxima persona en recogerme es otra señora que va de camino a Wanganui a hacer un curso artístico de fin de semana. Me decido a acompañarla todo el trayecto. Natalie es una mujer recien divorciada de un granjero. Se conoce la historia de las granjas de la zona y me cuenta mucho sobre su estilo de la vida. Ella se acabó divorciando porque no aguantaba más el caparazón de macho jugador de rugby/cazador/pescador/etc... Por suerte solo tuvieron hijas y su exmarido no pudo continuar con el linaje.

La pasión de Natalie son sus perros. Me cuenta como los adiestran y lo mucho que los quiere. Actualmente tiene un caniche al cual se negaba a peinar como tal hasta que su hija mayor la obligó. "Al menos una vez tiene que saber lo que se siente al ser rapada como caniche." Yo le pregunto si los granjeros y cazadores tratan tan mal a sus perros como lo que he podido observar en España. Natalie me dice que tenga cuidado con aquellos que tratan mal a sus perros.

Después de algunas horas de viaje llegamos a Wanganui y Natalie me deja en el mejor sitio para que consiga mi siguiente carrera. Aprovecho para darle un poco de cariño español ofreciéndole dos besos.

El siguiente en recogerme es Trevor, un profesor de física de instituto. Al abrir el maletero veo una avioneta teledirigida. Trevor va a una competición de aeronaves cerca de Wellington. Por el camino hablamos del sistema escolar de NZ. Parece que van por el mismo camino autodestructivo que en España. Aquí han intentado erradicar todo tipo de competitividad de los colegios y los alumnos no reciben más nota que: no favorable, favorable, excelente.

Con Trevor tengo unas de las conversaciones más estimulantes intelectualmente hablando. Se nota que es profesor de física y que ha visto mundo trabajando en el sector privado una temporada. Tenemos muchas cosas en común e incluso mantenemos una discusión ético-filosófica sobre la inteligencia artificial.

Trevor no me deja muy bien situado para seguir haciendo autoestop. Al lado de una gasolinera en la carretera por la que los coches pasan rápido y no tienen tiempo a parar. Se está haciendo de noche y hace mucho viento más algo de lluvia. Tengo apenas una hora y media para llegar a Wellington y coger el último ferry que lleva a la isla sur. En principio debería ser suficiente, pero no parece que los coches tengan ganas de parar por aquí. Cuando más cerca estás de una ciudad grande, más difícil es que la gente sea amigable y te ayude.

Ya totalmente a oscuras, sin que pare de lloviznar ni el viento de soplar, me doy cuenta de que hay un coche parado a varios metros con la señal de marcha atrás. Me quedo un rato mirando incrédulo hasta que decido acercarme. Una señora con cara bonachona está al volante y le pregunto:

Eidrien: "Me estás esperando a mi?"
Anne: "Claro! Ves a buscar la mochila."

Anne es sin duda la mujer más interesante que he conocido en Nueva Zelanda. Recientemente viuda, sigue viviendo en medio del monte y es autosuficiente. Venía de pasar el día con su tía y había aprovechado para llenar el maletero de mierda de caballo para su huerto.

Anne: "Será mejor que dejes la mochila en el asiento de atrás."

Anne tiene más de cincuenta años y pese a no haber tenido hijos, acogió a 26 niños huérfanos. En el punto álgido tuvo a 16 a la vez. Mientras tanto Anne se ganaba la vida dando la vuelta al mundo en busca de talentos para la discográfica en la que trabajaba: EMI.

Eidrien: "Cómo conseguías hacerlo todo?"
Anne: "Tenía un marido maravilloso."
Eidrien: "Y ahora... ¿te sientes sola?
Anne: "Sólo agradezco haber podido compartir la vida con alguien tan maravilloso."

Durante el trayecto le cuento mis odiseas varias y curiosamente acabamos hablando de Parihaka y su resistencia no violenta contra los colonos. A mi me fascina el tema y resulta que años antes de que Gandhi empezara a hacer sus pinitos, los Maoris de Parihaka utilizaron estas técnicas contra el imperio británico que quería desposeerles de sus derechos. Los Maoris no tuvieron éxito y fueron expulsados de la zona y su pueblo destruido. El imperio era entonces mucho más brutal y los Maoris muchos menos. Este incidente sucedió en 1881, pocos años después que Henry David Thoreau escribiera su famoso ensayo "La Desobediencia Civil" que inspiró a Tolstoy y Gandhi entre otros.

Anne se dirigía hacia su casa, pero tras oir mis aventuras se ha apiadado de mi y me lleva directa al terminal del Ferry InterIslander. Al llegar, el sitio está casi totalmente vacío pero el ferry todavía no ha zarpado.

Anne: "Corre! Corre como si tu vida te fuera en ello!"

Yo salgo pitando del coche sin sacar la mochila para ver si puedo conseguir embarcar. En el mostrador hay un sólo recepcionista.

Eidrien: "Queda sitio para subir al ferry?"
Recepcionista: "Es que estamos acabando de embarcar."
Eidrien: "Por favoooooooorrr!" Con la mejor cara de pena que he puesto en muchos años.

El recepcionista llama con el walkie y parece que todavía estoy a tiempo. Pago el precio del embarque (la mitad de lo que ponía en la web) y voy a recoger mi mochila que Anne sostiene fuera del coche. Le doy mil gracias por toda su ayuda y nos deseamos mucha suerte mutuamente. Nos despedimos a la española con dos besos y un abrazo. Casi se me saltan las lagrimillas.

Soy el último en subirme al ferry. Justo detrás de un camión, ya que la puerta de embarque para pasajeros hace rato que está cerrada. El barco me recuerda a los ferris de las Baleares pero en plan potente, con cine y todo. Hoy hay marejada y el viaje prevé ser interesante.

Al salir a alta mar las olas se notan incluso desde dentro del barco. Caminar por los pasillos es divertidisimo. La mitad del tiempo parece que peses 150kg y la otra mitad es como estar en la luna. No soy el único que se divierte dando vueltas por el barco, varios hacen como yo. El único mal rollo es el crujido de las paredes cada vez que la proa choca contra una ola.

El ferry acaba en Picton, donde todavía no tengo sitio donde dormir. La hora prevista de llegada son pasadas las 23:00 y todo estará cerrado. Desde la recepción del ferry me dejan hacer llamadas para reservar un hostal. Después de dejarlo todo zanjado me busco un buen asiento para dormir.

Una chica me despierta diciéndome que ya hemos llegado. El barco está vacío y un poco más y me quedo aquí tirado. En Picton hace peor tiempo que en Wellington: el mismo viento pero más lluvia. Antes de ir al hostal me paro a mirar las salidas de autobuses. Parece que sale uno a las 7:15 hacia Greymouth. Tendré que volver a madrugar.

En el hostal pago la noche por adelantado para poder salir temprano al día siguiente. Como he estado durmiendo en el barco me cuesta conciliar el sueño, así que me pongo a leer el libro de visitas. En el libro otra vez se demuestra que los españoles somos minoría como turistas en este país. Y los pocos que vienen suelen ser los de Cataluña. Es una lástima que tantos catalanes se comporten sin modales al dejar notas en catalán que sólo entienden ellos. Lástima porque el libro era para explicarles a otros turistas lo que has estado haciendo y ayudarles a tener unas buenas vacaciones. Pero los catalanes no están solos, también hay muchos japoneses y koreanos que escriben en su lengua natal.

Rotorua

A las nueve había quedado para desayunar con Patricia. Ayer nos fuimos a dormir bastante tarde. La cena a la española a las tantas, más la charla con la japonesa y el alemán fueron los culpables.

Después de desayunar tranquilamente nos vamos a buscar la parada de autobús que nos lleve a Te Puia, un parque temático Maori situado en la zona de aguas termales y géisers. La zona se llama "Te Whakarewarewatangaoteopetauaawahiao", la segunda palabra más larga en Maori que significa "el levantamiento de los guerreros de Wahiao". Mientras esperamos el autobús aparece el alemán que también se anima a venir.

El autobús al final aparece y nos lleva a Te Puia. La entrada al parque tiene toda la pinta de ser un entorno dedicado al turista. Después de pagar, nos adentramos a través de un círculo y rodeados de figuras de madera. Ya desde lejos se pueden ver los vapores que salen de la zona termal.

Al poco de llegar empieza una visita guiada al parque. Unos 30 turistas nos plantamos delante de una placa con el nombre de la zona inscrito en letras bien grandes. Mientras, la guía Maori nos intenta enseñar a pronunciar la inmensa palabra. Es un espectáculo ridículo en el que me niego a participar. Los guiris parecemos tontos allí donde vamos y ni nos importa disimular, pero yo creo que puedo decir la palabreja más rápido (los trabalenguas siempre se me han dado bien) y me niego a seguirle el juego a la guía.

Después de ridiculizarnos un rato, nos guian, cual gorrinos, a ver por fin el gran géiser de cerca. Pohutu es el dueño de todas nuestras miradas. Hemos tenido suerte y llegamos justo a tiempo para ver su erupción. El vapor de agua precede la erupción que expulsa el agua a más de 6 metros de altura. La guía aprovecha para contarnos que a los Maoris jóvenes se les permite saltar a las aguas termales en busca de monedas. Ahora la charca estaba vacía ya que el muro natural que contiene el agua se ha desmoronado. Esto suele pasar periódicamente.

Después de dar una vuelta por la zona la visita continua hacia la parte de barro burbujeante. El barro hace chup chup como si de un sofrito se tratara. Pese a los beneficios medicinales, terapéuticos y cosméticos del barro burbujeante, la guía nos previene de acercarnos por su elevada temperatura, por encima de los 100 grados, ya que es el agua que cotiene el barro la que hierve haciendo las burbujas.


La siguiente atracción es un cuarto oscuro donde tienen a una pareja de kiwis (esta vez sí me refiero al pájaro). La hembra es la que manda en este territorio y el macho está acojonado debajo de un tronco mientras ella posa delante de todos nosotros. Ambos están detrás de un cristal para que no oigan nuestros movimientos, las fotos están prohibidas dado que los kiwis son aves nocturnas.

Finalmente nos llevan a la zona cultural. En ella tienen preparada una Marae a modo de teatro para entretener a los turistas con sus hakas (bailes). El espectáculo dura más de media hora y nos enseñan diferentes bailes con bastones, bolas atadas a cintas y movimientos de manos extraños. Todo acompañado de una guitarra ... ¿española?

En la zona cultural también tienen un granero, que me recuerda a los hórreos de galicia pero a lo bestia, y una escuela donde los Maoris pueden aprender las técnicas tradicionales de tejer y tallar madera. Como no podía ser de otra forma, también tienen la típica tienda de souvenirs que a los guiris tanto nos atraen.

Después de parque temático nos volvemos andando al hostal. Una vez allí yo recojo mis bártulos y me despido de Patricia y del alemán. A partir de aquí no tengo tranporte fijo y he decidido continuar mi aventura a dedo. Para ello tengo que caminar hasta la salida de Rotorua, que por suerte no es muy grande, si quiero tener alguna posibilidad de que me recojan.

Una sensación extraña recorre mi cuerpo mientras espero con el dedo levantado. He cedido totalmente el control de la situación a la bondad de la gente. Parece ser que en NZ hacer autoestop es bastante habitual, pero no lo es para mi. Las dudas recorren mi cuerpo, quizás debería haber contado con un plan alternativo.

Pronto las dudas se disipan cuando un mecánico para a recogerme. Mi mochila va a parar a la parte trasera de su ranchera y me subo de copiloto. A partir de aquí ya no hay marcha atrás. Yo tengo decidido llegar hasta Turangi, un pueblo cerca del parque nacional de Tongariro. Como era de esperar el mecánico no va al mismo lugar, pero me puede dejar en un sitio más cerca.

Media hora después el mecánico llega al desvío que nos separa y me deja al otro lado de un puente en obras. A parte de la carretera, el único signo de civilización es una mini central hidroeléctrica que hay en el rio que corre paralelo a la carretera. No pasa más de un cuarto de hora antes que me recoja el siguiente coche: un granjero.

El granjero no es muy hablador, pero a medida que pasa el rato se suelta más. Yo hago lo mejor que puedo mi trabajo, que consiste en hacerle el viaje ameno al conductor. La razón por la que suelen parar es que prefieren ir acompañados o bien que están devolviendo la deuda a la sociedad por todas las veces que hicieron dedo de jóvenes. Me da a mi que voy a tener que ayudar a muchos autoestopistas para pagar mi deuda.

El mecánico me deja en Taupo, una ciudad con el mismo nombre que el lago más grande de Nueva Zelanda. Antes de ponerme a hacer dedo otra vez, me paro a ver el lago desde un banco. Ya son pasadas las cuatro de la tarde, así que no puedo despirtarme mucho que a las seis se hace de noche.

Me da la impresión que las únicas personas que me van a recoger van a ser hombres conduciendo sólos. Pero el siguiente coche en parar me rompe los esquemas. Una mujer sola que vive por la zona me invita a subir. La conversación es distendida esta vez ya que tenemos más en común. Ella suele tener extranjeros en su casa y recientemente había tenido a una española. Es tan maja que me acompaña hasta la puerta de un hostal en Turangui. El hostal tiene una pared de escalada, no podía haber planificado nada mejor. Va a ser que dejar las cosas al azar vale la pena.

En la recepción del hostal hay una señora que me ayuda a hacer la reserva. Le digo que solo me quedo un día ya que mañana tengo intención de ir al parque natural de Tongariro y seguir hacia el sur desde allí. Para ser más exactos quiero hacer la ruta del cruce de Tongariro. La señora me dice que no es buena idea ya que ha caído una buena nevada recientemente y me recomienda otros paseos que hacer. Al verme la cara me pasa un par de teléfonos de guía de montaña que me pueden acompañar. Al llamarles me doy cuenta de que no hay salidas en los próximos días dado el estado de la nieve, será mejor hacerles caso.

De todas formas la pared hay que aprovecharla. Después de pasarme por el supermercado a comprar algo de comida, saco los pies de gato de la mochila y me voy a escalar con los locales. Justo cuando me estoy poniendo el harnés aparece una clase entera de colegiales que vienen de excursión. Yo aprovecho, entre escalada y escalada, para ayudar a los monitores a asegurar a los chavales. Verlos divertirse es una buena forma de descansar antes de ponerse otra vez.

Una furgoneta me lleva mañana al parque natural bien temprano. Pese a que me tengo que ir a dormir temprano, aprovecho para socializarme mientras me preparo la cena y algo de comida para mañana. Un pescador de truchas me explica emocionado la técnica de la pesca con mosca. Siempre me había parecido una tontería, pero me ha sabido transmitir la complejidad del deporte (por llamarlo de alguna manera).

Paliza en autobus

El despertador suena apenas diez minutos despues del alba. Sorprendentemente no me cuesta despertarme. Al acostarme y cerrar los ojos lo único que veía era la secuencia del accidente. Pero al final la cama doble había hecho sus efectos y me había quedado frito.

El desayuno consiste en un emparedado de nutella y una pieza de fruta. Me ducho y me voy directo a la gasolinera a esperar al autocar bajo la lluvia. En esta parte de la isla llueve muchísimo mas que en Dunedin.

A las 8:20 pasa el autobús con dos personas y el conductor. El trayecto hasta Auckland lo hago casi todo durmiendo. El paisaje ya me lo conozco y no puedo hacer gran cosa sin ver mucho. Leer ni me lo planteo que pillaría un mareo de cojones.

Al mediodia llegamos a Auckland. Otra vez el bullicio de la ciudad, aunque esparcido sobre un terreno inmenso. Las casas aquí son todas unifamiliares. Lo único que resalta es el skyline del skycity con su torre emblematica: Sky Tower. Mientras no sale el autocar a Rotorua me voy a un parquecillo a echar unas fotillos.

A la una sale el autocar y acabo sentado al lado de una asturiana muy maja. Nos pasamos el rato entre durmiendo o charlando de nuestras experiencias en el extranjero. Ella es una asturiana extaña porque ha viajado mucho.

A las cinco llegamos a Rotorua y nos ponemos a buscar un hostal. El primero que encontramos tiene buena pinta y nos quedamos. Al principio nos meten a los dos en la misma habitación con 6 tíos mas. Al entrar hay un chino en pelotas que se ruboriza y Patricia decide cambiarse de habitación buscando evitar los ronquidos masculinos.

En Rotorua, como en muchas otras ciudades neozelandesas, no hay gran cosa que hacer pasadas las seis, a excepción de unos baños termales que cierran a las once y sólo cuestan 20 dólares. Nos vamos directos y aprovechamos el tiempo al máximo arrugándonos en piscinas ácidas y alkalinas de temperaturas varias. Eso si, todas por encima de los 30 grados. Las piscinas estan descubiertas y de vez en cuando llueve. Una sensacion única. Las gaviotas invisibles, por ser de noche, dan un poco de mal rollo. Pero la conversación es amena y el tiempo pasa bastante rápido.

Al volver al hostal preparo la cena para Patricia (la asturiana) y para mi. Ella me hace de pinche y no se acaba de creer que yo sepa cocinar. Después de la cena solo quedamos nosotros dos depiertos, un aleman y una japonesa. Estamos todos reunidos en el salón con la tele y nos divertimos un buen rato. El alemán de 20 años y la japonesa de 25 están pasando un año en Nueva Zelanda entre turismo y trabajo. La japonesa nos cuenta, con su inglés entrecortado, historietas de cuando trabajaba en Auckland en un bar para hombres de negocios japoneses, consiguiendo que bebieran más mientras llevaba ropa "sexy". Nueva Zelanda está llena de gente extremadamente interesante.

Kawakawa

Allí estoy, tirado en medio de lo que parece la jungla mirando el coche volcado pendiente abajo. Ya me he asegurado de que no tengo nada y lo que mas me pesa es no tener la cámara de fotos para echarle una al coche. El móbil, por suerte, sí que lo llevo encima y no me hace falta ver para llamar al 112 (emergencia).

El teléfono parece tener cobertura, aunque escasa. La operadora me pasa con la policía ya que no hay ningun herido. Yo intento comunicarle sin éxito al policía donde me encuentro. Intento mirar en el mapa de la guía a ver si puedo leer los nombres de los pueblos pero no veo un pijo. El poli me dice que busque las gafas y le vuelva a llamar en 10 minutos.

Vuelvo a bajar hasta el coche resbalando por el barro y me pongo a buscar las gafas entre los trozos de la ventana rota. No encuentro nada, asi que decido intentar mirar dentro. Me tengo que retorcer un poco para meterme dentro del coche por la ventanilla y un momento de lucidez me avisa de que no es buena idea, el coche podria girar más y yo hacerme muuucho daño. Paso de seguir buscando las gafas.

Vuelvo a subir a la carretera y la sigo un rato. A lo lejos me parece ver una casa e ir hacia ella me parece la mejor opción. En apenas un kilómetro me planto en la casa pero ni siquiera intento entrar. Un ruido de motor a lo lejos me llama la atención. A los dos minutos aparece una Maori en una furgonetilla. Yo me meto en medio de la calzada (por llamarlo de alguna manera) para asegurarme de que para. Le cuento la historieta a la Maori que me lleva otra vez al lado del siniestro. Desde allí vuelvo a llamar a la poli y les paso a la Maori para que les explique donde estamos.

A los veinte minutos aparece el coche de policía. Yo por aquel entonces estaba sentado acomodándome a la situación. Sin nada de proteccón las mosquitas de arena se estaban cebando en mi. Del coche sale otro Maori que me saluda amigablemente. Aprovechamos para charlar sobre lo ocurrido y hacemos el parte. Tambien aprovecha para llamar a la grua.

Media hora mas tarde aparece la grua. El conductor es el típico kiwi de origen escocés, con pantalones cortos de colegial y botas. Con la grua cruzada en medio de la carretera empieza a remolcar el coche hacia nosotros. Por entonces se ha formado una cola de varios coches en cada sentido. Los mas curiosos han salido a preguntar y muchos se sorprenden de que no me haya pasado nada. La verdad es que he tenido mucha suerte.

Una vez con el coche en la grua, el poli se despide de mi y me marcho con el conductor a su taller en Kawakawa: un pueblo de la Nueva Zelanda profunda cuyo único atractivo turístico es un lavabo público de un arquitecto ecologista modernista que decidió pasar sus últimos días allí. Desde el taller el conductor intenta ponerse en contacto varias veces con la agencia de alquiler de coches sin éxito. Finalmente llama a una oficina local para intentar que me consigan un coche de repuesto. Ya son las cinco de la tarde y no será posible conseguir un coche. Además mañana lo tendría que devolver a Auckland. Lo mejor será cambiar de planes.

Por la mañana pasa un autocar que lleva de Kawakawa a Auckland. Por teléfono lo reservo y de paso también reservo otro que va de Auckland a la única ciudad cuyo nombre recordaba más al sur de Auckland: Rotorua. No tengo ni idea de que hay allí pero ya he comprado el billete. El conductor de la grua se está encargando de que no me pase nada y me lleva a un motel a reservar una habitación. Antes de irme a dormir paso por una farmacia y me compro unas gafas de esas para leer lo mas potentes que encuentro: +3 dioptrias. Aunque yo tengo casi 6, esto es mejor que nada. Tambien aprovecho para comprar algo de comida en un supermercado antes de volverme para casa. Ahora al menos puedo leer durante un rato antes de marearme. Antes no podia leer nada que no fuera menor que el tamanyo 56.